Peppa Pig ¿sociópata?: la cerdita preocupa a miles de padres por sus comportamientos intolerantes

Arde la polémica entre aquellos que defienden y aquellos que odian al dibujo animado más popular de los últimos tiempos

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De los creadores de “los Teletubbies vuelven tontos a nuestros hijos”, llega la siguiente hipótesis: Peppa Pig es una sociópata.

La creación de Astley Baker Davies para la televisión británica ya dio varias veces la vuelta al mundo con sus episodios de cinco minutos protagonizados por una cerdita, digamos, “políticamente incorrecta”, que lejos de la imagen idílica o ejemplificadora que vemos habitualmente de los niños en la tevé infantil, es caprichosa, maleducada, competitiva y cruel.

Y sin embargo, o quizás por eso mismo, es un fenómeno que, solo el año pasado, vendió más de 1.200 millones de dólares solamente en merchandising, y es una y otra vez el contenido más visitado por los chicos en YouTube y un contenido cada vez más omnipresente, a 15 años de su nacimiento.

Es la serie animada más importante del mundo, y conquistó el mundo siendo una cerdita bidimensional sencilla en argumento y apariencia, construida en base a unas pocas líneas geométricas, con el trazo de un chico.


Episodio prohibido 2 veces en Australia


No sorprende, desde ya, que los más peques se hayan sentido totalmente identificados con sus personajes sin filtro, pero sí sorprende, un poco, que los padres no solo permitan a los chicos ver a esta cerdita en acción sino que, a menudo, sean ellos más fanáticos de sus hijos.

El humor incorrecto de la serie, y la representación de los aspectos más crudos de la infancia (esa cosa antojadiza, peleadora, mezquina, que habita en el interior de cada niño), ha resonado con los papis tanto como con los chicos.

Y se supone, claro, que estos comportamientos son “ejemplares”, al revés. Un poco en el estilo en que los religiosos escribían en el Medioevo (por ejemplo, en “El libro del Buen Amor”), la serie, de carácter supuestamente “educativo”, propone enseñar a través del reverso de lo ejemplar: Peppa no es el modelo a seguir, sino la representación de los comportamientos a no imitar.

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Pero lo que ocurre es que no está del todo claro: como han volcado en numerosos artículos periodistas “haters” de Peppa, poco hacen los padres para poner freno a la cerdita, o explicarle los motivos por los que sus comportamientos, como los de un sociópata, son puramente egoístas, desprovistos de toda empatía.

Hasta a veces parecen no darle bolilla mientras ella le hace maldades a su hermano. Así ocurre en la vida real casi siempre, pero los detractores de la serie arguyen que no debería ocurrir en un dibujito animado educativo para los más chicos.

Algunos se animan a destacar, sin embargo, que sus padres son pacientes y no se frustran ante la fanfarrona Peppa y sus comportamientos compulsivos, y funcionan como un ejemplo de cómo lidiar con esas características más, digamos, “primitivas”, de los chicos.

Hay además ejemplos positivos dentro de la serie, como Richard Rabbit. Y en tercera instancia habría que preguntarse si, realmente, los chicos son influenciados de forma tan directa por la televisión, o si su interacción con los contenidos es más indirecta, mediada por la crianza, los padres, la escuela.

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Todo muy lindo, dicen miles de padres que se vuelcan diariamente a Twitter a criticar a Peppa (la de los detractores de la animación contra los defensores de la misma es una cruda guerra 2.0), “pero mi hija reta a los juguetes usando la voz, las frases, las formas de Peppa, y el otro día se negó a ordenar el cuarto usando la voz de Peppa. Y maltrata al hermano”.

Los ejemplos de chicos y chicas imitando a la cerdita son miles. Algunos inofensivos, otros capaces de hacer cuestionar al más escéptico el efecto de la televisión es los más pequeños: imitan, después de todo, lo que ven. Incluido el código moral.

Y a esa edad, no son muchas las influencias en un chico, y sí son muchas las pantallas, las horas pasadas frente al tele, las posibilidades de ser influenciado por Peppa…

Influenciado por Peppa maltratando a su hermanito para aparentar ser más canchera con los mayores, o Peppa peleando con una amiga, pretender extrañarla pero solo ir a buscarla para que la otra reconozca que no tenía razón.

O Peppa intentando ser mejor que el resto, hablando todo el tiempo. O Peppa cargando al padre por su obesidad. U odiando a una amiga porque sabe silbar, y ella no. Obstinada, impertinente, fanfarrona, nadie, nunca, corrige a Peppa.

Siempre las ficciones infantiles despertaron este tipo de debates: ¿son ejemplares? ¿Está bien lo que le dicen a nuestros hijos? Después de todo, operan como cualquier maestro que va a tener durante su vida: enseñan, muestran, dicen, solo que sin supervisión adulta. ¿Estamos dejando a nuestros hijos a cargo de una cerdita nefasta?, se preguntan miles de adultos.

Pero también es cierto que siempre hubo algo de sensacionalismo en las acusaciones contra los programas infantiles.

De Peppa, por ejemplo, se dijo que una psicóloga había dicho que la serie mataba la imaginación de los niños; en realidad, se refería al exceso de exposición a pantallas –citar la serie fue un mero ejemplo–.

También se dijo que había un estudio de Harvard según el cual la serie podía provocar autismo, pero el estudio se refería a las horas de exposición a la televisión, no a la serie en concreto.

Lo cierto es que a China no le interesó este debate y, directamente, censuró a Peppa hace ya años, cuando la animación era inmensamente popular en el país. Como hiciera, claro, con contenidos tan peligrosos como Winnie Pooh...

Por: El Día